Comentario sobre el artículo publicado en el periódico EL CONFIDENCIAL el día 21 de Octubre de 2020. Puede leer el artículo completo en el siguiente enlace.
Al margen de la oportunidad o no de abrir el debate acerca de la legalización del uso del cannabis, habitualmente enmarcado como una propuesta progresista en defensa de los derechos y libertades individuales, y sin ánimo por mi parte de participar en él, considero interesante tener presente que la liberalización del consumo de esta sustancia, cada día más popular entre los jóvenes y considerada inocua o de poco riesgo por muchos, es por el contrario altamente perjudicial para la salud.
Múltiples evidencias científicas avalan que, incluso consumos ocasionales en adolescentes pueden producir daños estructurales en el cerebro, en particular en las áreas que desarrollan la memoria, la concentración, la atención, el juicio y el aprendizaje, siendo responsable también de trastornos en la esfera mental y de un significativo número de casos de trastornos psicóticos. Además, un 87% de los que consumen hachís también consumen tabaco, del que nadie duda de su peligro extremo, y el cannabis potencia sensiblemente las acciones de los cancerígenos que este contiene.
Por otra parte, existe una presión muy potente de los poderes económicos, que son los que realmente están detrás de la actual campaña de legalización del cannabis en muchos países y estados americanos y que es vista por muchos gobernantes con buenos ojos, por los beneficios inmediatos que genera a través de los impuestos, aun cuando es muy probable que no tengan en consideración los importantes costes que su legalización tiene en enfermedades, en vidas y en gastos económicos para la sociedad, como ya es evidente que ocurre con el tabaco.
Es cierto que el uso del cannabis de forma medicinal parece ser útil, que no de elección o de primera línea, en algunas patologías como la anorexia -pérdida de apetito- en pacientes con sida o cáncer terminal, también en los vómitos asociados a tratamientos antitumorales, en el tratamiento del dolor neuropático y en el control de la espasticidad muscular en la esclerosis múltiple, pero una cosa es permitir y facilitar su uso en estas situaciones y otra permitir un uso descontrolado. Es algo que hay que valorar detenidamente para no confundir a la población, sobre todo a la más joven y favorecer riesgos no deseados bajo la intención de defender la libertad.
Dr. García Basterrechea
Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Murcia
Especialista en Medicina Interna por la Universidad de Murcia